Rincón Poético:

LA POESÍA ESTÁ MALDITA






Dionisio SALAS ASTORGA (*)




BUENOS AIRES (EUROLATINNEWS) - Todo poeta que se precie imagina que un día le preguntarán ¿qué es para usted la poesía? y se prepara secretamente -durante años- para responder.

Asiste al concierto repetido de sus días con el corazón en una mano, anda para todas partes con un fajo de citas y palabras ajenas, lecturas memorizadas en el subte o el trabajo, anotaciones en libretitas de papel o de las otras, esperando que llegue la pregunta.

Como un gato adulto, se queda en los techos o el jardín de las cosas esperando a que salte eso que todos dan por sentado y por lo tanto nadie, casi nadie, le pide: ¿qué es para Ud. la poesía?




Y ya que nadie la dice, tarde o temprano, el poeta baja la guardia. Se duerme, como ese gato en los techos de Valparaíso, a la sombra de sus laureles en el patio. Deja caer las citas de sus manos, pierde libretas, lo mismo que los amores o los libros que adoró.

Se vuelve periodista. Envejece. Publica.




Viaja a festivales que organizan los amigos de la poesía, los amantes de la poesía, los custodios de la poesía, los que saben qué es aquí y ahora la poesía. Anda desarmado.

Entonces ocurre para su desgracia literaria que, como una saeta voladora arrojada al azar, o mejor como una bala perdida, la pregunta lo alcanza en la esquina menos pensada: ¿qué es para Ud. la poesía?

A esta altura de su vida, ni su media docena de libros ni sus piernas permiten escapar de la tragedia. Sabe que al perro no se le da la espalda, que las balas matan, que el poeta no es “un pequeño Dios” sino apenas quien lo niega. Sabe de todo un poco, menos la respuesta a esta muerte anunciada.




Entonces le transpiran los papeles, lo encandila la página blanca. Recuerda flojamente que a los 20 años probaba la palabra revolución -porque sonaría a revólver y cowboy, por ejemplo-; que de joven nadaba desnudo en un mar de libros, que al amor lo definía en la boca de una mujer o varias, para no arriesgar.

Y más o menos eso sería la poesía, casi lo mismo que ser poeta.

Cerca de sus 30 años cambió de musa y de panteón. Probó en el casino de los concursos, apostó los restos de la inocencia. Repudió la brujería bibliográfica en la plaza del café. Ejerció en el taller de corte y confección de la literatura.

Combatió a los poetas más viejos y a los más jóvenes. Fue transición. Parodiando a Teillier, asumió que se puede vivir poéticamente sin escribir poesía.

Aunque no era Teillier. Y era complicado cumplir años, como Roque Dalton, pero peor sería no cumplirlos. Y tampoco era Roque Dalton. Ni Cardenal. Ni menos Parra ni Zurita. Ni siquiera alcanzaba la ventana polarizada de los post.




Así que parado en el balcón de sus 40 años recuperó el poder de los sueños con el clonazepam. Se globalizó, se digitalizó, desapareció un poco del espejo sí mismo. Siguiendo la definición de Grinor Rojo, se hizo contradictorio, aceptó la caída del pelo, las ideologías, el fin de su historia y la muerte del sujeto romántico que nunca alcanzó a conocer en persona.

Ahora era -según los críticos/ académicos/editores/autores- un protagonista neutro y contemplativo que aceptaba “el desorden natural de las cosas, consecuencia de la uniformidad mundial lograda por el mercado y la cultura digital-visual que ordena todo el planeta”.

Y nadie, absolutamente nadie, le preguntaba ¿qué es para Ud. la poesía?. Qué era él en este mundo sin fronteras, rodeado de muros y cercas eléctricas del vecino. ¿Un poeta del tercer milenio? ¿Un poeta chileno amamantado en Argentina que no sentía ningún afecto visceral por América Latina? ¿Un poeta del contexto global que acusaba en su obra a la urbe enrarecida y hostil?




¿Sufría él lo que el profesor Javier Campos de la Fairfield University llamaba un “neo-síndrome Rubén Dariano”?

¿Era un vendedor ambulante de poemas en plena globalización neoliberal de este continente al que no encontró ni Cristóbal Colón?

No, no era esa clase de poeta, si es que era poeta y esa es su primera (y tal vez única) afirmación. Y también: filo con las épocas pretéritas.

Filo con el hermetismo lingüístico. Filo con el elitismo. Filo con los poetas que se creen la raja porque saben escribir con algo de gracia en este mundo donde la mitad todavía no sabe, ni puede, leer.

Si las nuevas tendencias siglo XXI (que son más viejas que la injusticia) dicen que eso es la nueva poesía, entonces él está off side, fuori di gioco, no es poeta. Si las nuevas corrientes dicen que hay que escribir columpiándose para adentro, entonces él prefiere quedarse fuera de la plaza.




No porque quiera hablar para todos, ojo. No porque se crea el cuento de lo popular o que haya que pintar la aldea. Simplemente porque él no cree en nada. Empezando por las tendencias. La función mesiánica de la poesía. Por lo menos de la propia.

Es un poeta maldito, de alguna manera, porque la poesía está maldita o es una maldición. De alguna forma él también es lo que definió Verlaine a fines del XIX, pero a ellos a la larga les implicó lo contrario: que ahora las niñas lean a Rimbaud, Mallarmé, Charles Baudelaire o Keats, mientras comen yogurt con cereal y cruzan sus delicadas piernas con borceguí. Aquí, ahora, no habrá redención, ni tiempo, ni historia que contar.

Por eso, si le preguntan sin anestesia qué es para él la poesía, dirá que su poesía -su obra de teatro en este escenario de madera que es el mundo- es una sombra que está condenada a desaparecer con él, polvo que se llevará el río que ya ni va a dar a la mar sino a alguna represa privada. Y eso tal vez sea lo mejor, por todo lo que se ha visto antes y después de que inventaran la televisión e Internet.

El cuento de que vale la pena contar, hacer literatura.

(*) Dionisio SALAS ASTORGA, escritor chileno residente en Argentina.



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