VALPARAÍSO,Chile (EUROLATINNEWS) - La historia de la formación del pueblo de Israel está contenida en la Toráh, también conocida como Pentateuco, conjunto de antiguos textos que contienen la ley, la tradición y el patrimonio identitario de un grupo de arameos errantes, a uno de cuyos caudillos –Abram- Dios le habló.
Esta relación directa con la divinidad, de rasgo monólatra, es la característica fundamental de esta nación religiosa fundamentalista. Extranjeros entre otros grupos tribales idólatras, su monolatría muchas veces fue la chispa que les generó conflictos y aflicciones, desde sus comienzos.
Abram, que vivía en Harrán, territorio mesopotámico, con Saray, su esposa y su sobrino Lot y poseía fortuna y personal que había adquirido en esas tierras, un día tuvo una visión de Dios que le dijo: “Deja a tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una gran nación y te bendeciré…”
Obediente, Abram bajó hacia al sur y se internó en la tierra de Canaán, estableciéndose en Siquem. Esa tierra no estaba deshabitada, “los cananeos y los ferezeos habitaban en el país en aquél tiempo.”
El consenso actual entre historiadores y arqueólogos es aceptar que los cananitas nunca vivieron en un único reino unido. De hecho, en base a los yacimientos arqueológicos lo que hoy llamamos como pueblo cananeo, perfectamente puede hacer referencia a los amorreos, jebuseos, hicsos, hurritas, hititas, filisteos, fenicios, arameos, todos pueblos idólatras e, incluso hebreos, quienes vivieron en Canaán durante la Edad del Bronce Final (1550-1200 a.C.) y no compartían muchos rasgos culturales comunes, con diversidad de tradiciones funerarias y cultos.
Al cabo de varios años de recorrer el territorio, Abram, anciano y sin descendencia; hombre justo a los ojos de su Dios, recibió la confirmación de su progenie: “Yo soy Yavé, que te sacó de Ur de los Caldeos, para entregarte esta tierra en propiedad” y le prometió que establecería una alianza con él: “Esta es mi alianza que voy a pactar contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones… No te llamarás Abram, sino Abrahán, pues te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones.
Pacto mi alianza contigo y con tu descendencia después de ti… Yo te daré a ti, y después de ti a tu posteridad, la tierra en que vives como peregrino, es decir, toda la tierra de Canaán, en posesión perpetua, y seré el Dios de los tuyos.”
Complacido Dios con Abrahán, reafirma luego, la alianza a su hijo Isaac: “…yo estaré contigo y te bendeciré. Pues quiero darte a ti y a tus descendientes todas estas tierras, cumpliendo así el juramente que hice a tu padre Abrahán”.
Esa fue la Tierra Prometida, la tierra confirmada también a Jacob, primogénito de Abrahán, a quien Yavé le cambió el nombre, diciéndole: “En adelante ya no te llamarás Jacob, sino Israel, o sea Fuerza de Dios, porque has luchado con Dios y con los hombres y has salido vencedor”.
De la descendencia de Jacob-Israel nació el pueblo elegido: “Eres un pueblo consagrado a Yahvé tu Dios. Yahvé te ha elegido de entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra, para que seas su propio pueblo”.
Debemos entender que estos momentos son cruciales en la vida de la nación judía. Han recibido de manos de Yahvé la tierra: Yeretz y un nuevo nombre: Yisrael-; es decir, la primacía sobre el territorio Palestino.
Allí nace la conciencia de ser nación –la Fuerza de Dios-, esencialmente religiosa, ya que el derecho a la Yeretz no procede de haber nacido en ella, sino de la Voluntad de Yahvé, que le ha mandatado el asentamiento, con las palabras anda a la tierra que yo te mostraré.
Este inalienable regalo de dios a su pueblo, será el leitmotiv que estará presente en todo su desarrollo como nación, y que, digámoslo, tampoco lo fue, en un comienzo, en un sentido político, sino religioso, sectario, en cuyo centro más sagrado, la ciudad de Yerushaláyim, Jerusalem, se entronizará el Sancto Sanctorum, la residencia divina, a la que todos los judíos del mundo están convocados conforme a la tradición oral, la Hagadá, que mantiene viva la fe en la Diáspora, con las palabras: “El próximo año en Jerusalem reconstruida” .
Esta síntesis histórica nos demuestra que la dinámica de la formación de la nación judía, obedece a las mismas características de otras en el mundo, en la que destacan, generalmente, los conceptos de guerra, invasión, usurpación, colonialismo, con la crueldad y brutalidad que conllevan esos hechos. Sin embargo, debemos tener presente que el conflicto que Israel ha sostenido desde siempre, sin ser una de las llamadas Guerras Santas –de impronta religiosa- se ha generado desde el momento mismo de su concepción como nación o Pueblo Elegido. En su desarrollo encontramos intromisión en comunidades nativas, enfrentamientos con otras naciones poderosas, la consecuente dispersión o Diáspora e incluso el propio cisma judío, que produjo dos reinos: Israel y Judá.
Este historial de hechos pareciera justificar el actuar del pueblo judío al mandato de su Dios, reforzado, en el último tiempo por un ideario nacionalista y político, el Sionismo, propuesto por el periodista austro-húngaro de origen judío, Theodor Herzl, que pretende darle continuidad y validez a su “derecho a existir como nación”, preferentemente en territorio Palestino, incluso a sangre y fuego, con las desastrosas consecuencias que hoy somos testigos y que, al parecer, no tiene fecha de término ni fuerza terrenal que se enfrente a la Fuerza de Dios.
Lo que nos causa controversia es poder entender como ese Dios, que le dijo a Abraham: “Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan”, permita el derrame brutal de sangre inocente en el suelo de la Yeretz Yisrael, la Tierra Santa, para justificar su Voluntad, de que el Pueblo Elegido no sea extranjero en una tierra que no le pertenece.
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