Reportajes:




CEMENTERIOS OLVIDADOS EN EL DESIERTO DE CHILE

Patricio BORLONE (*)




ARICA,Chile (EUROLATINNEWS) - En medio del desierto de Atacama, el más árido del planeta, ubicado en el norte de Chile a lo largo de las Regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta, se muestran obstinadamente las desgarradoras penas ultrajadas sobre el seco suelo de los cementerios relegados al olvido.

Son varios a lo largo del camino hacia Calama, casi siempre ubicados al norte de los pueblos extinguidos; hay otros cementerios desmantelados que bordean la costa, donde hoy sólo quedan indicios exiguos e invisibles de aquellos personajes que vivieron largos años atados a salitreras y a pequeños yacimientos mineros, que en su tiempo entregaron mínimas riquezas a los esforzados trabajadores de aquella época. Las conmovedoras cárcavas y socavones de esos campos mortuorios del desierto olvidado, tienen superficies que no superan los 120 metros cuadrados.

Más allá, como brazos extendidos pidiendo auxilio, se distinguen confusas cruces de fierro oxidado y maderas ajadas, encorvadas, resecas por la arena y el Sol, que se mantienen erguidas como un faro en medio de la nada, resistiendo el silbido del viento que las golpea sin piedad. Invariablemente el calor arremete con vigor, de forma que todo permanece seco y sin vida.

Desteñidos ataúdes están a medio cubrir por la arena fina del desierto. Parecieran proponerse emerger al aire libre desde las profundidades donde fueron acogidas por años. Entre ellos puede observarse, de tanto en tanto, parte de una tibia que sobresale u otro hueso importante de los restos de alguien, que han dejado de tener familiares que le asistan en su perpetuo descanso en el lugar. Todo allí parece abandonado como si fuera un planeta deshabitado.

Lo increíble de la perspectiva que tiene el visitante esporádico, es descubrir que en aquellos lugares desamparados y tristes donde prevalece el silencio acompañado del viento silbante, a veces, hay una o varias manos amigas que se preocupan de dejar cada alma tranquila colocando algunas flores hechas de papel, amarradas a las inermes cruces del lugar.

Esas bondadosas gentes transmiten su original señal en medio de la nada, como consideración a los restos que descansan allí. Ellas –a lo menos una vez al año- se dan el trabajo de confeccionar aquellas grandes flores de papel crepé blanco y de otros colores, para ubicarlas con respeto en cada cruz que aún existe.

Las dejan ancladas fuertemente con alambre a los restos de fierro o madera, para que no las persuada el viento y se las lleve. Esta acción es sobre cada una de la que fue una tumba y que hoy, no son más que derruidos fragmentos del ayer.

Antes llegar a esos sitios desmantelados, a la distancia, uno se pregunta si lo que hay allí en medio del desierto, es un hermoso jardín de flores blancas y variados colores.

(*) Patricio BORLONE, escritor chileno residente en Viña del Mar (Chile)

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